viernes, 18 de marzo de 2016

Rafael Hytlodeo I

Añadiré más: ni los ladrones son malos combatientes, ni esos mercenarios los más cobardes ladrones, porque esos dos oficios se avienen mucho entre sí.
[…]
Ni los artesanos de las ciudades ni los rudos campesinos deben tener temor alguno de esos holgazanes criados de los nobles, a no ser que la pobreza haya dejado sin vigor sus almas y sus cuerpos.
[…]
los nobles, los señores e incluso los santos varones de los abades, no se contentan con las rentas y beneficios que sus antecesores solían sacar de sus tierras, y no contentándose con vivir muelle y perezosamente y sin hacer nada por el bienestar de los demás, incluso hacen daño a éstos; no dejan tierra para la labranza, todo es para los pastos. Derriban las casas, destruyen las aldeas; y si respetan las iglesias es sin duda porque sirven de redil para sus ovejas. […] Se van pues todos abandonando sus casas, los lugares donde vivieron, y no hallan dónde refugiarse. Sus ajuares, que valen poco, tienen que venderlos por casi nada. Están pues errantes y sin recursos cuando han gastado ese dinero
[…]
Y por la codicia irracional de unos pocos, lo que puso haber sido la mayor causa de riqueza de este reino será la causa de su ruina. Esta gran escasez de cosas de comer hace que las casas se tornen menos hospitalarias
[…]
No dejéis que los ricos hagan grandes acopios y monopolicen el mercado como a ellos les place. No consintáis que haya tantos ociosos.
[…]

Si no ponéis un remedio a tales males, no alabéis esa justicia que tan severamente castiga el robo, pues es sólo hermosa apariencia y no es provechosa ni justa. Dejáis que den a los niños una educación abominable que corrompe sus almas dese sus más tiernos años ¿Es necesario pues que los castiguemos por crímenes que no son culpa de ellos cuando llegan a ser hombres? Porque ¿qué otra cosa hacéis de ellos sino ladrones, a quienes luego castigáis?