Añadiré más: ni los ladrones son
malos combatientes, ni esos mercenarios los más cobardes ladrones, porque esos
dos oficios se avienen mucho entre sí.
[…]
Ni los artesanos de las ciudades
ni los rudos campesinos deben tener temor alguno de esos holgazanes criados de
los nobles, a no ser que la pobreza haya dejado sin vigor sus almas y sus
cuerpos.
[…]
los nobles, los señores e incluso
los santos varones de los abades, no se contentan con las rentas y beneficios
que sus antecesores solían sacar de sus tierras, y no contentándose con vivir
muelle y perezosamente y sin hacer nada por el bienestar de los demás, incluso
hacen daño a éstos; no dejan tierra para la labranza, todo es para los pastos.
Derriban las casas, destruyen las aldeas; y si respetan las iglesias es sin
duda porque sirven de redil para sus ovejas. […] Se van pues todos abandonando
sus casas, los lugares donde vivieron, y no hallan dónde refugiarse. Sus ajuares,
que valen poco, tienen que venderlos por casi nada. Están pues errantes y sin
recursos cuando han gastado ese dinero
[…]
Y por la codicia irracional de unos
pocos, lo que puso haber sido la mayor causa de riqueza de este reino será la
causa de su ruina. Esta gran escasez de cosas de comer hace que las casas se
tornen menos hospitalarias
[…]
No dejéis que los ricos hagan
grandes acopios y monopolicen el mercado como a ellos les place. No consintáis
que haya tantos ociosos.
[…]
Si no ponéis un remedio a tales
males, no alabéis esa justicia que tan severamente castiga el robo, pues es
sólo hermosa apariencia y no es provechosa ni justa. Dejáis que den a los niños
una educación abominable que corrompe sus almas dese sus más tiernos años ¿Es
necesario pues que los castiguemos por crímenes que no son culpa de ellos
cuando llegan a ser hombres? Porque ¿qué otra cosa hacéis de ellos sino
ladrones, a quienes luego castigáis?
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